Revista Insomnia

Recuerdos parásitos: una excelente novela de dos autores argentinos

Por RAR, editor de INSOMNIA, Nº 119, noviembre de 2007

Se editó recientemente Recuerdos parásitos (quién alimenta a quién…), de los hermanos Carlos Marcos y José María Marcos, una novela que se inscribe en el género de lo siniestro y que pone el acento en el aspecto psicológico de los personajes. Publicada por De los Cuatro Vientos, la obra fue calificada por Alberto Laiseca como “una novela profunda”. El creador del exitoso ciclo Cuentos de Terror (emitido durante tres años por el canal de televisión por cable ISAT) y actual presentador del programa Vade Retro (jueves, a las 22, Canal Retro) remarcó también que “la obra gira alrededor de la falta de amor. Asesinos en serie, ya sean físicos o virtuales. Misóginos extremos o supuestamente pacíficos, de ésos que la ley no castiga. Pero tal vez sí los castigue la soledad que corresponde a la frívola falta de ontos”.

Dos asesinos sueltos en Silling

La novela cuenta la historia de dos asesinos seriales: Augusto Blandford y Manuel Blavatsky. La historia se inicia cuando Blandford —que huye de su monótona vida de la ciudad de Buenos Aires— ingresa al pueblo bonaerense de Silling y se topa con un muerto tirado en una zanja, que resulta ser Blavatsky.
En ese punto exacto se tocan las vidas de los protagonistas. A partir de aquel momento, Blandford comienza un raid criminal que, sin saberlo, imita la trayectoria de Blavatsky. Simultáneamente, se cuenta la historia de Blavatsky, desde su llegada a Silling. Los relatos, que se intercalan entre sí en un contrapunto ficcional (entre una estética barroca y otra más directa), están escritos en primera persona, creando la ilusión de que se trata de una solo personaje.
Mediante este esquema, los hermanos Marcos se dedican a hablar de otros temas: de lo misoginia como una enfermedad que enturbia las relaciones humanas, de la soledad como el peor de los castigos, de la falta de comunicación y de lo difícil que es escaparse de la sombra de quien o quienes hayan marcado nuestras vidas. La denominación del pueblo con el nombre de Silling es una clave de Recuerdos parásitos: Silling es el castillo donde el Marqués de Sade ambienta su novela 120 días de Sodoma, que es un catálogo minucioso de atrocidades y perversiones sexuales que se prolongan durante un período de cuatro meses.
El libro se completa con un prólogo a cargo de Carlos y un postscríptum escrito por José María. En ellos, los hermanos cuentan cómo nació su novela y cómo han usado los recuerdos de su infancia en Uribelarrea, que como Silling es un pueblo de mil habitantes. En palabras de Carlos: “Diestros en imágenes de la infancia, componemos un vasto cuadro de costumbres, el nuestro propio, satirizamos con desgarros una época, buscamos reflejar sensaciones y personajes en un marco violento y caricaturesco. Con rasgos abultados y grotescos, ¡hemos vuelto a jugar!”.

El germen de la novela

La presentación de la novela se efectuó el 14 de septiembre de 2007, en el auditorio de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. En la ocasión José María Marcos recordó cómo nació la historia: “En el año 1998, con mi hermano Carlos habíamos publicado tres libros bajo la fantasmal editorial No Somos Poetas. Los títulos eran: un compendio de poesías escritas por dos amigos (Los latidos de lo ilusorio, de Pablo Calabrese y Sergio Errecart), con prólogo firmado por los hermanos Marcos;  una novela de Carlos (El esfínter dulzón de la fe), que me tocaba presentar; y otra de mi autoría (El hueco), con prólogo de mi hermano. Esas modestas publicaciones (casi artesanales, impresas en papel amarillo, y, por lo cual, llegaban a nuestro reducido círculo de lectores como ‘literatura amarilla’) fueron una manera de transformar en algo positivo nuestro lamento respecto a la imposibilidad de publicar. Por esos días, merced al insomnio, volví a recuperar el placer de ver películas de terror, y sentí ganas de escribir una historia emparentada con el género, y se lo conté a mi hermano. Por razones que no alcanzaba a entender, me sentía atraído por un comienzo que no me parecía muy original… pero sí el único posible; en mis fantasías, un hombre llegaba a un pueblo, una madrugada cargada de niebla, y se topaba con un muerto. Este encuentro, bastante transitado por el cine y la literatura, parecía ser la llave para relatar mi historia. Para ello, pensaba utilizar como materia prima las anécdotas de mi pueblo, Uribelarrea, y mis desmañados recuerdos de la infancia. Mi hermano escuchó muy interesado, y cuando terminé de hablar me preguntó: ‘¿Qué te parece si yo escribo la historia del muerto?’. Seducido por la propuesta, le dije que ‘sí’, y, pocos días después, pactamos algunas líneas de trabajo, nos otorgamos un personaje principal a cada uno, y comenzamos bajo un precepto que debíamos cumplir por el bien del proyecto: ambos respetaríamos las reglas generales, establecidas por mutuo acuerdo, y ninguno le criticaría al otro lo que estaba haciendo. Así iniciamos este juego que culminó en la publicación de Recuerdos parásitos (quién alimenta a quién…)”.
Sobre el proceso de la escritura, José María recordó: “Borges decía que escribir de a dos es la subversión del prodigio logrado por el doctor Henry Jekyll, al transformarse en Hyde, y que si el experimento no falla, ‘ese aristotélico tercer hombre suele diferir de sus componentes’. Creo que éste es el caso de Recuerdos parásitos… pero, para ser más precisos, por partida doble. Desde lo puramente formal, porque hemos sumado dos voces para crear una tercera, que ya no es la de Carlos ni la mía. Desde lo argumental, porque es una novela que vuelve al tema del doble, con personajes que se van confundiendo hasta que no queda claro quién alimenta a quién…”.
Por su lado, Carlos expresó: “Todo nació como un juego entre dos hermanos, y lo que al principio era una novela de terror se fue transformando en otra cosa en la que conviven varios géneros y los gustos de cada uno. Por ello, cuando me preguntan qué clase de novela es Recuerdos parásitos (quién alimenta a quién…) dijo que forma parte del género canalla, dado que es una historia de terror, pero no lo es; no es una novela erótica, pero puede serlo; no es una novela policial, pero hay dos asesinos sueltos; no es una novela psicológica, pero se dedica a mostrar los pensamientos de los personajes; no es una novela de argumento, pero tiene un argumento que guía la historia. En el inicio los lectores se encuentran con un prólogo un poco ingenuo, pero luego se van internando en climas diversos, atravesados por lo macabro, lo erótico y el humor negro”.

El comentario de Alberto Laiseca

Alberto Laiseca (además de ser conocido por los ciclos televisivos Cuentos de terror y Vade Retro) ha publicado diecisiete libros y es autor de Los sorias, una saga de más de 1500 páginas que Ricardo Piglia calificó como “la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos, de Roberto Art”. En la presentación de la Recuerdos parásitos (quién alimenta a quién…), dijo lo siguiente:

Esta es una novela profunda, cosa que intentaré demostrar (entre otras cosas) citando algunos párrafos.
Hay aquí por lo menos dos novelas: la de las gallináceas (largamente citadas en el prólogo) y la del asesino serial. Tal vez los autores, en este punto, se opongan al uso del singular. Para este caso les recuerdo algo que está casi al final de la obra: “Había escuchado el rumor de que en Silling los locos, los borrachines y los vagabundos nunca morían, que cuando su hora estaba cumplida se desplomaban en un punto exacto y su cuerpo se desvanecía mientras a cambio —en su lugar— otro tomaba sus costumbres, otro que surgía en el mismo exacto punto donde su antecesor se había emulsionado con la tierra, otro que desde los harapos arrumbados heredaba la función dentro del mismo pueblo, dentro de un Silling perpe­tuo e infernal”.
La primera novela, la de las gallinas (tanto o más deliciosa que esta), nunca fue escrita; pero ello sí ocurrió en el prólogo. Estamos, entonces, ante un texto virtual que no debe ser desatendido.
¿Qué vino primero: el huevo o la gallina? Primero vino el huevo, pero la gallina poniéndolo. No hay otra manera de decirlo, ni de solucionar la paradoja biológica.
Los recuerdos son como las mencionadas aves de corral. Nosotros las alimentamos a ellas, pero ellas nos alimentan a nosotros.
Los autores citan a Historias de la estupidez humana, de Rath Vegh: “Afírmase que un hombre a punto de morir puede reaccionar si se colocan algunas gallinas bajo el cuerpo del moribundo. Cuando el peso del cuasi cadáver ha provocado la muerte de las gallinas, el ‘espíritu vital’ de las infortunadas aves pasa al organismo enfermo y lo revive…”. La cita es muy oportuna porque de esto trata la novela: un asesino serial tiene muer­ta el alma y mata mujeres para revivirse. Llegamos a tener, entonces, un harem de asesinaditas y a un sultán criminal como el de Las mil y una noches.
¿Quién alimenta a quién? Sin duda los parásitos se alimentan de uno. Los parásitos de la misoginia. Los asesinos seriales son tan sólo misóginos exagerados. Pero a esta inmundicia básica la tenemos todos, parecen decirnos los autores. Es el mal de nuestro tiempo. La gran solución es echarles la culpa a otros y matarlos (de manera física o, por lo menos, virtual) para sentirnos menos muertos. Ya está, lo encontré: el mundo frente a mí. La maravillosa falta de solución. La vida perversa hace soñar el sueño maligno de que los demás deben pagar. “Retornaban a mí las ansias de quitarle la vida a aquello próximo, el mecanismo era siempre el mismo: matar, aplastar a quien me brindaba alguna felicidad o algún disgusto y huir”. Matar lo que molesta o lo que hace feliz. Ahora bien, ¿acaso la mayoría de las personas no hace lo mismo? Y esta es la profundidad de la novela, su trascendencia. “Siempre se actúa una ficción cualquiera”, dicen los autores más adelante. “Estaba orgulloso de sentirme —aunque sea sólo una vez— alguien en el mundo”.
“—Tengo que matarte, María. Me has dejado solo”. Pero el asesino habla de un abandono enorme, muy anterior al que pueda haberle producido esta mujer. Leemos: “Quien no puede entender los sueños no puede entender la realidad”. “Experimentaba la impresión de ser parte de una imaginación, una creación, un habitante de una dilatada e intensa quimera de un gigantesco soñante que se había vuelto perceptible incluso para otros hombres. Pero, ¿quién diablos era el que me soñaba? ¿Quién era este ser transparente que me hacía surgir de pronto desde las profundidades de un intelecto enfermo? ¿Cuántos vericuetos me depararía aún y cuánto tiempo duraría esto?”. Aquí es cuando el humano se vuelve parte del arquetipo, del arquetipo diabólico que lo sueña.
Quisiera citar algunas frases de la novela que me han gustado mucho:
“…hicieron que algunas cucarachas escaparan presurosas para sus madrigueras. Las miré y pensé cuán parecidos somos los seres humanos: al igual que ellas, pensamos que podemos estar a salvo huyendo, pero sólo sobrevivimos si ese alguien que nos puede quitar la vida está distraído, cansado o aburrido de aplastarnos”. “Algunos policías circulan, hinchados como magulladuras, entre la multitud, lentos, firmes heraldos que tripulan una bella nave azul en un inmenso mar de mierda”. “Dejé el alcohol y viví la media hora más triste de mi vida”. Respecto a una urna donde un técnico mete a un esqueleto reducido: “Siguiendo un infrecuente mapa mental, fue creando dentro de la caja una intrincada artesanía mausoleónica; engendró una temible araña descarnada y encajonada, disponiendo los huesos con tal habilidad que quedé admirado por varias semanas”. “Ella me reconoció y sonrió, como si se tratara de una mujer caníbal que acaba de comerse a toda su familia”. “No sé si echarte o volver a acostarme con vos”. Para ir finalizando. Yo, que en general suelo estar de acuerdo con Oscar Wilde, difiero con él por lo menos en un concepto. Dice Wilde en La Balada de la Cárcel de Reading: “Todos matan lo que aman. Unos con un gesto, otros con una palabra. Los hombres valientes con una espada”. Por el contrario creo que quien ama no mata, ni con espada, ni con gestos ni palabras. Y esto tiene mucho que ver con la novela que comentamos. La obra gira alrededor de la falta de amor. Asesinos en serie, ya sean físicos o virtuales. Misóginos extremos o supuestamente pacíficos, de esos que la ley no castiga. Pero tal vez sí los castigue la soledad que corresponde a la frívola falta de ontos.
Cito una última frase de esta obra. Respecto a los jugadores que sueñan con ganarle a la banca: “Cuando no es tu noche, no es tu noche”. De la misma manera podríamos decir: cuando no es tu vida, no es tu vida.

Biografías de los autores

► Carlos Marcos nació el 13 de enero de 1972, en Uribelarrea, partido de Cañuelas, provincia de Buenos Aires. Bibliotecario de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, archivista y bibliómano amateur, creó la revista No Somos Poetas (Órgano Auricular de Distribución Ventricular) y cofundó la Biblioteca Siderante El Catálogo Celeste.
► José María Marcos nació el 17 de septiembre de 1974, en Uribelarrea, partido de Cañuelas, provincia de Buenos Aires. Magíster en Periodismo y Medios de Comunicación (Universidad Nacional de La Plata), dirige el semanario La Palabra de Ezeiza. Ha publicado artículos en diversos periódicos, entre ellos La Mesa de los Jueves, Croniquita, Crónica y Sólo Fútbol. Además escribe artículos y colabora con INSOMNIA.